lunes, 11 de abril de 2011

El Taller de la.... - Por: Bernardo Ángel.

Es curiosa la vida de algunos seres humanos, una vez un hombre estaba en un almacén de cadena en un sector ostentoso de Medellín, el hombre estaba consternado por que al entrar al local encontró que en sus estanterías no había nada, sin embargo la gente hacia largas filas en las cajas para pagar. El hombre estaba asustado por que la gente se veía alegre en este supermercado de rayas amarillas y negras, el hombre quedo en suspenso cuando abrió una de las llaves del negocio para tomar agua ¿por que tomar del acueducto municipal estando en el mercado? Simplemente por que era el mercado de la nada... De las llave no salió agua… salió Coca-Cola, imagínense ustedes Coca-Cola fría en todas los tubos del acueducto y en todas las calles, en todas las pilas de los parques dormidos. Yo vigilaba en silencio cada uno de los pasos del señor, cuando saco de su bolsillo un celular y marco un numero, espero con calma a que le respondieran al otro lado de red invisible imperceptible a nuestro mundo de los sentidos, en este momento el hombre dice con su voz fuerte "hola mi vida, estoy por acá en... No recuerdo el nombre del lugar" respondí para mis adentros, Belén. Precisamente había acabado de despertar de un profundo sueño en el cual me disguste con uno de mis compañeros de trabajo, por que le debía recibir el turno a las dos de la tarde de sol radiante y yo llague a eso de las cinco cuando el sol muere tras las montañas verdes e imponentes, nada que no se pueda solucionar con el sabor de un tinto y el humo de un cigarrillo, esa noche fui perseguido por encontrarme unas cuantas monedas de doscientos pesos y un par de cien pesos, en la huida del lugar caí en un viejo taller de mecánica deshabitado, posiblemente sus dueños se habían ido para otro país, no había nada, solo grasa de carro en el piso de tierra. No descubrí nada extraño en aquel viejo y sucio taller, lo mas fijo que usaban Coca-Cola para aflojar tornillos por que había cantidad de embases por todos los lados o también podría ser el sitio donde la conectaban al acueducto del municipio. Ya al despertar mande todo al carajo, al almacén donde no vendían nada, a la coca-cola por las tuberías, a las monedas por las cuales había sido perseguido, al disgusto con mi compañero de oficina... ¡Ah! todo el sueño lo recogí de mi memoria y lo deje libre, mientras tanto me bañe, me vestí, desayune y me fui al trabajo, para continuar con mi vida normalmente.

martes, 5 de abril de 2011

Silencio, trato de tomarme un tinto - Por: J. Andrés Jiménez Rodas.

Lugar: la esquina de la pulmonía. La hora: cuando el sol se posa directamente sobre las cabezas. El personaje: un hombre, alto y delgado. Un pantalón de paño gris inusualmente calzado con sandalias. Una camisa leñadora de cuadros negros, grises y blancos bordados con delgadas líneas verdes. Sobre esta camisa una chaqueta azul oscura entre abierta. Subiendo por su cuello descubro una pañoleta vino tinto que oculta su tráquea. De su rostro cuelga una barba blanca y sobresale una nariz quijotesca debajo de unos ojos hundidos. Su expresión es plana y en ocasiones me descubre. Su cabello se recoge con una sutil cola que desde abajo mira la boina de dril color café que recubre su coronilla.


El llega, antes de sentarse alza su mano con un ademan casi real y con su boca gesticula su deseo. Más tarde la mujer que atiende en aquel café le sirve un tinto acompañado con un chocolate. El, con sus dedos largos y delgados toma el chocolate y lo deposita al interior del pocillo con un toque creador. Con la cuchara en mano lo disuelve e inicia el proceso de vaciado.


Desde mi mesa puedo ver que no habla, que todo lo que tiene que decir lo dicen sus ojos, su expresión roída quien sabe por qué circunstancias. Pareciera que deseara que todo estuviera en un silencio tan natural y obligado como el suyo, mira de aquí para allá y se concentra en todo aquello que lo perturba. Me intimida, me mira de vez en vez como si supiera que mi lapicero trataba de describirlo. Disimulo y lanzo el lapicero al suelo para tener un descanso. El ruido en el ambiente aumenta, cientos de niños salen del teatro que comparte cuadra con la pulmonía, todos con sus jóvenes voces aúllan su hambre, las busetas empiezan la repartición de los cuerpos en cada una de las casas, un pareja pasa peleando y gritándose, los banqueros quienes curiosamente llevan pinta de vendedores de biblias suben y bajan en busca del lugar de sus almuerzos. Un carro mas, una moto, un freno en seco, un transeúnte que vocifera por su teléfono móvil todo lo referente a su futuro. La cabeza de nuestro personaje parece ir de un lado a otro mirando todos estos focos de perturbación, cada vez con más intensidad, como si le dijera al mundo que no, como si quisiera silenciar al mundo.


Es entonces cuando se para abruptamente y alza el mentón para gritarle a todo el mundo: “silencio, estoy tratando de tomarme un tinto”. Todos quienes pasaban en este momento por esta esquina, incluyéndome no pudimos hacer más que cerrar nuestras bocas, silenciar nuestro pensamiento y mirara atónitos cómo este mudo de pantalón y sandalias se sentaba para no hablar nunca más.

Un cafe y un Cigarrillo