Lugar: la esquina de la pulmonía. La hora: cuando el sol se posa directamente sobre las cabezas. El personaje: un hombre, alto y delgado. Un pantalón de paño gris inusualmente calzado con sandalias. Una camisa leñadora de cuadros negros, grises y blancos bordados con delgadas líneas verdes. Sobre esta camisa una chaqueta azul oscura entre abierta. Subiendo por su cuello descubro una pañoleta vino tinto que oculta su tráquea. De su rostro cuelga una barba blanca y sobresale una nariz quijotesca debajo de unos ojos hundidos. Su expresión es plana y en ocasiones me descubre. Su cabello se recoge con una sutil cola que desde abajo mira la boina de dril color café que recubre su coronilla.
El llega, antes de sentarse alza su mano con un ademan casi real y con su boca gesticula su deseo. Más tarde la mujer que atiende en aquel café le sirve un tinto acompañado con un chocolate. El, con sus dedos largos y delgados toma el chocolate y lo deposita al interior del pocillo con un toque creador. Con la cuchara en mano lo disuelve e inicia el proceso de vaciado.
Desde mi mesa puedo ver que no habla, que todo lo que tiene que decir lo dicen sus ojos, su expresión roída quien sabe por qué circunstancias. Pareciera que deseara que todo estuviera en un silencio tan natural y obligado como el suyo, mira de aquí para allá y se concentra en todo aquello que lo perturba. Me intimida, me mira de vez en vez como si supiera que mi lapicero trataba de describirlo. Disimulo y lanzo el lapicero al suelo para tener un descanso. El ruido en el ambiente aumenta, cientos de niños salen del teatro que comparte cuadra con la pulmonía, todos con sus jóvenes voces aúllan su hambre, las busetas empiezan la repartición de los cuerpos en cada una de las casas, un pareja pasa peleando y gritándose, los banqueros quienes curiosamente llevan pinta de vendedores de biblias suben y bajan en busca del lugar de sus almuerzos. Un carro mas, una moto, un freno en seco, un transeúnte que vocifera por su teléfono móvil todo lo referente a su futuro. La cabeza de nuestro personaje parece ir de un lado a otro mirando todos estos focos de perturbación, cada vez con más intensidad, como si le dijera al mundo que no, como si quisiera silenciar al mundo.
Es entonces cuando se para abruptamente y alza el mentón para gritarle a todo el mundo: “silencio, estoy tratando de tomarme un tinto”. Todos quienes pasaban en este momento por esta esquina, incluyéndome no pudimos hacer más que cerrar nuestras bocas, silenciar nuestro pensamiento y mirara atónitos cómo este mudo de pantalón y sandalias se sentaba para no hablar nunca más.
jorge esta muy bacano, te felicito por tus obras, quisiera publicar algunos de mis poemas, respondeme a ver como las puedo escribir
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ResponderEliminarCuando el caos de una ciudad se comienza a apoderar de los cuerdos pensamientos, en ese instante, se busca el silencio.
ResponderEliminarMe gustó bastante.
Que bien escribe Jorge. Me ha encantado. YOLANDA RODAS.
ResponderEliminarBello espacio el que tienes
ResponderEliminarseguiré visitándolo
este cuento fue uno de los que más me gustó
-cuando lo leíste-
Un abrazo!