“Una planta que me regalo el portero porque le suplique que no la tirara a la basura, al parecer había muerto. Con sus tallos resecos la coloque junto a la ventana y deje de preocuparme por ella durante mucho tiempo. Sin embargo, cada mañana, la regaba, distraída, pensando en otras cosas. De pronto, ayer, no sé porque milagro, le surgió una hoja. Me sorprendió tanto que me puse a llorar. Comprendí que el amor es una gran agradecimiento al otro por existir.”
Donde mejor canta un pájaro, Alejandro Jodorowsky.
Deleitado con las gotas que suicidas se lanzaban de las copas de los arboles a el lago infantil de aquel campo los pensamientos se sentían inspirados y en motín acudían a la conciencia de aquel hombre sentado en el húmedo pasto. No solo este escenario avivaba las ideas, puesto que gracias a la tecnología y en contra del romanticismo de este escrito, el iphone de nuestro personaje agotaba su batería en las notas suaves del folclor argentino casadas con la voz de Mercedes Sosa.
El humo del cigarrillo danzaba iluminado por un sol tímido que apenas se atrevía a salir entre ese ejercito celeste de nubes nostálgicas que segundos antes habían hecho de este hombre un tierno animal desnudo en estos campos. “cambia todo en este mundo, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”, estas palabras recitadas por Mercedes una vez más parecían dar apertura al nuevo sol, esta vez más intenso, revolucionario, como un proletario explotado, cansado de salir sin sentido, de ganarse el pan como obligación a un tercero.
Ante todos estos acontecimientos de la naturaleza, nuestro héroe, sentía navegar en el lago que era surcado en una barca de pensamientos unidos cual imanes, sentía que su cuerpo desnudo había encontrado en este estado un calor natural que la ropa de finas marcas le había robado antes, y pensaba sobre el tapiz de piel que protegía su mecanismo viviente. Lo recorría una y otra vez en sus pensamientos e imperfecciones, lo acariciaba con los recuerdos de las amantes que el pasado había arrebatado, lo limpiaba cual felino, con su lengua, saboreando las saladas esencias de su transpiración.
A su alrededor quedaban los restos de un libro que antes se encontraba leyendo y que se diluyo por la torrencial lluvia que antes lo había masajeado, para él, esto fue como una revelación, sin nada que leer más que las letras antiguas inscritas en la naturaleza, su vida sería el libro que ahora leería a la luz del campo, y los segundos futuros paginas en un blanco profético para escribir. Solo extrañaba no tener a su lado una mujer, blanca pero pequeña, de pelo cortó como protesta a la “debilidad” de su género, con senos pequeños pero lisos, y sin más carne en sus piernas que las necesarias para poder emprender una viaje a pie con él, con sus lecturas y prosas como música de fondo. Este sentimiento se resumió en un hondo suspiro que adopto la soledad como su compañía y ya con la batería de su iphone agotada, la música seguía sonando atrás de él acompañando fielmente la extensión de sus articulaciones que se disponían a ponerse de pie.
Una vez erguido sus pensamientos se precipitaron hacia sus pies pasando por cada una de las cicatrices de su cuerpo y su alma, invadiendo en pocos segundos la fragilidad de su naturalidad y dando a luz a una trascendencia. Un nuevo cigarrillo húmedo y frágil, difícil de prender mas no imposible, y allí parado, con un nuevo suspiro a la muerte, nuestro protagonista en su desnudes empezó a recolectar las hojas caídas en el suelo, unas cuantas de color rojo, otras ya marchitas y secas y en el lago que por la luz del sol altivo parecía ser blanco empezó a posicionarlas en forma de mujer.
Las hojas rojas sirvieron como cabello, las marchitas, con su color café claro se mesclaron con las pocas rojas que quedaban para dar vida a unos suaves y recatados labios, el resto del contorno se fue dibujando con complicidad de la física que solo por esta vez no dio formas redondas, sino que se apego a los caprichos de aquel que había colocado las hojas antes.
Un suave viento golpeo la tierra y dio movimiento a la figura en el lago que pareció emprender una marcha ansiosa hacia el centro de aquella reunión de agua…el hombre desnudo, sin mostrar sorpresa en su rostro empezó a seguirla sumergiendo lentamente todo su cuerpo, con la idea de que la lluvia ese día salía de la tierra para conquistar las alturas.
No paso mucho tiempo para que todo su cuerpo estuviera completamente dentro del agua, y allí ante la falta de una bocanada de oxigeno previo empezó a caer en una muerte sin desesperación. Este hecho podría marcar el fin del relato, pero el alma de nuestro héroe no decepciono al estereotipo de la muerte y se sintió en el túnel mortífero y veía sus recuerdos vitales pasar uno a uno mientras caían en el suspiro del olvido. Una vez allí, el túnel también se lleno de agua, y la luz al final se oscureció con una figura tímida que se mostraba como una silueta escrita en el corazón, como un suspiro ultimo a aquel tabaco, como un instante previo nuevamente hacia la incertidumbre.
Atraído como cucarrón, el hombre desnudo nado apresurado hacia ella, como si supiera la pertenecía de la silueta y temiendo la desaparición la busco con sus últimas energías de ¿vida o de muerte?, no lo sabremos, pues aunque la ficción me permita dar respuesta, temo a la vanidad de quien lo explica todo. Solo puedo describir que la silueta no desapareció, y se convirtió en una figura clara al frente de nuestro protagonista. Era una mujer mas blanca que las princesas de los cuentos, con unos ojos invadidos de palabras, con un pelo rojizo que daba un aroma bohemio al escenario, con un cuerpo débil solo en compensación a la infinita fuerza de sus ideas y con un libro en sus manos, adornado con el polvo que solo las grandes bibliotecas pueden otorgar. Allí frente a esta mujer el hombre no pudo distinguir si habían lagrimas en su rostro, pues la humedad estaba en todo su cuerpo, pero se consoló con la idea de que todo su cuerpo lloraba en ese instante de felicidad, por su cabeza pasaban sus manos espectrales como recuerdos dibujando con hojas a la mujer de la que ahora tenía la certeza: era la misma que estaba en frente, suyo dibujada con hojas, y no queriendo pervertir el momento con un beso o insinuación erótica el hombre se arrodillo tomando su mano y dejando caer el libro que estas sujetaban y entre burbujas y balbuceos dio las gracias mas grandes a esta mujer, que en sus últimos momentos existía para sus ojos.
Una vez allí, nuestro héroe murió como solo el podría haberlo deseado, como solo él se lo hubiera imaginado, murió, una vez el sol se escondía en las montañas, en sublime acto de amor mortífero, dejando como testigo una rosa pequeña que nación en ese bosque de guayacanes.
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