¿Cómo escribir con mis dedos masculinos una historia de amor que rompa el yin y el yang, que no acuda a la luna y el sol como las metáforas para explicar el cataclismo producido por un beso, una caricia de la mano de una mujer hacia el cuerpo de otra?
¿Cómo describir el amor de dos blancos puros, sin negros ni grises, con nada más que luz?, ¿Cómo dejar a un lado las sombras de emperador, las caricias bruscas de quien antes reposo su fusil en la esquina derecha del cuarto?
Una mujer, mas otra, cada una más hermosa entre más cerca, cada una más sublime a cada paso, en un amor sin fin, sin glándulas, sin deseos pervertidos, con una sola idea, con las ansias de recorrer a su igual, con las manos en trance, abiertas en sus poros, como receptáculos puros de placer, con el conocimiento ancestral de los lugares sensibles, de las presiones exactas, de la humedad indicada.
Un cuadro renacentista, que muestra una mujer, blanca como el deseo vivo en los ojos, pequeña como artesanía sutil y sin igual, con un cabello negro, con un pubis, delgado y delicado, una marca de la negación a no alzarse, a no sobresalir en quienes sentados creen haber encontrado el mágico control de una báculo cobarde al fuego que se enciende en medio de esta mujer y su amante.
Mas cobarde soy yo, mis dedos se detienen y exigen un cigarrillo mas, el fuego lo enciende y a la vez enciende mis fantasías, que no hacen más que revelar. Que con curiosa perversidad se acercan nuevamente a estas dos mujeres, la segunda un poco más alta, con cabello corto, con piernas delgadas y firmes, con sus senos anclados en sus hombros, solidos, como su alma, como sus ideas, que escapan a la redundancia de quien la quiere encoger. Dos mujeres de almas libres y cuerpos desnudos, que en su piel no revelan más que lo obvio, una vida, un caminar por ella, mil y una guerra en silencio, mil y una victoria forjada con sus finas voces. Dos cuerpos que se unen en contra del universo, apurados con la prisa del placer, transpirando en cada contacto, mirando hacia su interior mientras sus bocas húmedas y rojas se juntan, se acarician, labio a labio, con pequeñas sonrisas de certezas, con lentas intromisiones de lenguas inquietas que como mineros se hunden en el interior oscuro donde sus dientes, cual perlas, se deleitan con sinceridad. Una sinfonía sin instrumentos, una sonata en el silencio, unas manos que deciden encontrarse, que se apelan y encuentran la indulgencia para separarse y bajar lentamente sobre el pubis de su contraria, deleitarse con las finas caricias de unos bellos púbicos casi adolecentes, e ir aun más abajo para filtrarse en un sexo húmedo que conectado con el alma estremece todo el cuerpo, para columpiar sus dedos en un acto que condena a los puritanos. Dos corazones que hoy se encuentran en la humedad, en los tibios sollozos de haber encontrado una salida a los vicios, un orgasmo tras otro, un grito al caos, una representación del amor, mas allá de lo físico, mas allá de lo dicho, fugitivo de las palabras un acto que por respeto a tal perfección, que por admiración no puede y no puedo, al menos hoy, reducir a las palabras que escribo.
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