Parado arriba donde no me ves el viento viste mi cuerpo y mis ropas se llenan del olor del deseo. Abajo donde estas tu, te veo, el sol te refleja como una ilusión y en tus ojos encuentro una corriente opuesta que impulsa mi alma a converger con tu cuerpo y tu placer, mas tus manos ya están llenas, tus labios conquistados y mis armas son simples troncos en transición de cenizas, quemados en los errores, roídos por los tropiezos que mi cuerpo disfruta condenando mi alma.
Te veo y te deseo, me pervierto en mis pensamientos invadidos de tu suave y blanca piel, me desnudo en mis sueños que se vuelven húmedos y salados, que hacen de mi habitación un mar de pecados, brotes de las raíces más profundas y arcaicas de mi mente que viajan escondidas en lo poco que conozco, que encuentran en ti el silencio que describió Neruda, mas no encuentro hacia ti la táctica y estrategia que tal vez logro Benedetti convirtiéndome en tigrillo que no tiene otra cosa que pegarse a la teta de su madre para de manera infantil saciarse en su apetito.
Te veo y te deseo, y podría hacer de esto mi arsenal para conquistar los vastos territorios que antes otros habían conquistado, sobre los cuales irguieron sus templos y palacios, mas yo solo te quiero a ti, con tus ropas estorbándote llevándote a un eminente final de imperfección y desnudes, donde mis ojos sean ciegos al verte siempre hermosa, donde mis manos descubran tu historia y la de los que antes estuvieron, leyendo los códigos inscritos en ti, recorriendo con mi boca tu cuerpo con la tierna fantasía de ser el topógrafo de tu desnudes, un zafarí peligroso por tus pequeños senos, tu suave abdomen, tus glúteos perversos y terminar allí donde la luz no llega pero si se fecunda, allí mismo donde nace el pecado y la virtud, donde al darse vida se condena a la muerte.
Te veo y te deseo, y a tus pies confieso que quiero ser aquel al cual no llames mi vida, mas si al que recuerdes en las noches frías, aquel que con tu cuerpo rechazo tu corazón, para hacer de ti su fantasía de una noche, su amante ausente, aquel que con el placer sembró la duda y la culpa.
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